El Ministro de Cultura José Ignacio Wert, declinando
la invitación de la Academia de las Artes y de las Ciencias Cinematográficas,
este domingo no ha asistido a la entrega de la edición nº 28 de los Premios
Goya.
Se ha justificado con una excusa, problemas de
agenda, siendo difícil de creer que pudiera tener compromisos más relevantes (un
domingo y de noche) que participar a la más importante cita con el cine español,
sector en el cual Wert representa el Gobierno de España.
Hay que recordar, por otra parte, que la ocasión de
la entrega de los premios Goya se ha convertido desde hace tiempo en un
escrache colectivo del cine al gobierno de turno, que el propio Wert ya el año
pasado tuvo que tragar.
Y por si acaso el ministro lo hubiese olvidado, a lo
largo de los días inmediatamente anteriores a la ceremonia, muchos le habían
pre anunciado que le esperaba un caluroso comité de bienvenida.
No quiero comentar, una vez más, el masoquismo de quien, año tras año, transforma
la fiesta del cine español en un aquelarre, capaz de resucitar todos los
prejuicios, de reavivar los sentimientos de hostilidad, de alejar amplios
sectores de público, de quemar puentes con posibles aliados, en contra de los
intereses evidentes del sector cinematográfico.
Es imposible entender quién quiere, año tras año,
que en el día después de los Premio Goya, las primeras páginas de los
periódicos, las tertulias radiofónicas, las redes sociales representen al cine
español como una secta de privilegiados, una guarida de revoltosos, un enjambre
de desagradecidos.
Es un misterio que, como casi todo en el cine, mucho
tiene que ver con el psicoanálisis.
No, no quiero hablar de eso; quiero dedicarme a la
ausencia del Sr. Ministro que muchos, mejor dicho la mayoría, han considerado
inoportuna, definiéndola un vero y
propio error, ya que en sus opiniones “aguantar el chaparrón está en su sueldo
de ministro”, “tenía que ir y escuchar educadamente las protestas (sic)”, “que
era su obligación aceptar la invitación en cualquier caso”.
Una invitación a una fiesta no es lo mismo que retar
a un duelo y si existe una obligación a aceptar por parte de quien representa
el pueblo español, también es conveniente que quien invita tenga presente la
misma circunstancia.
Invitar el ministro a una fiesta de entrega de
premios, no a un debate, prometiéndole que “se va a enterar”, es intentar una
encerrona a quien representa 44 millones de españoles, estén o no de acuerdo
con su política para el cine español.
Quien dice que en la ocasión no ha habido ninguna
contestación violenta, olvida la larga tradición de los Goya anteriores y que
probablemente propio la ausencia de Wert ha propiciado el menor calentamiento
de la platea.
¿Cómo habría tenido que reaccionar el ministro si,
estando presente, le hubiese caído encima la consueta bordada de insultos que
caracteriza sus publicas apariciones, aunque no coincidiendo, como el domingo,
con una expresa invitación? Lo más normal, lo que habría hecho cualquier
invitado en una fiesta donde se le insulte, hubiera sido marcharse, creando un escándalo
todavía más violento y una ruptura más profunda con el sector.
“¡Está en su sueldo aguantarse!” protestan muchos,
quizá decepcionados por el fracasado auto-da-fe, olvidando la circunstancia que
la mitad de los que estaban sentados cobra más de lo que cobra Wert
para ejercer de ministro.
¡NO! No está en ningún sueldo la obligación de
dejarse insultar y meno por parte de quienes reciben subvenciones en base a las
decisiones del insultado, porque eso sería una intimidación, y tampoco esa está incluida ni en el sueldo ni en las subvenciones.
P.D. No me consta que, desde la Academia, nadie se
haya disculpado nunca por anteriores episodios similares.