Hace 15
años José María Aznar decidió lanzar una ofensiva positiva hacia el mundo del cine español. El
instrumento para captar la benevolencia de un colectivo tradicionalmente de
izquierda fue la ley 22/1999, de financiación anticipada del cine español, que
obligaba todos los operadores de televisión, públicos y privados, a destinar el
5% de su facturación a la producción o a la compra de películas españolas, para
“crear una pista de despegue para el cine español en el mundo.”
Han pasado
15 años desde entonces y a pesar de una pista larga más o menos 2.000 millones
de €, que se hace cada año más larga de 150 millones, el avión no despega.
Al revés: lejos
de haber consolidado una industria fuerte, competitiva, internacional, expansiva, el cine español pasa por sus momentos más difíciles.
Resulta
difícil entender como pueda ocurrir que nuestra cinematografía, la con más
talento creativo y más galardonada en Europa, dotada de una tradición
profesional de primer orden, financiada tan generosamente, no haya sido capaz
de consolidarse como una industria líder, aunque consiga puntualmente éxitos
indiscutibles.
Tiene
materia prima (talento), know how (producción ejecutiva), recursos financieros
y… no despega.
La cosa
resulta todavía meno comprensible si se considera que las mismas televisiones,
en los mismos 15 años, sin que ninguna ley las obligara, han desarrollado con
los mismos actores, guionistas, directores, productores ejecutivos, técnicos y
mismas infraestructuras, una actividad de producción de series españolas que
triunfan con el público; ganan la batalla con las series americanas; facturan
más publicidad que cualquier otro género de programación; consolidan una fuerte
industria audiovisual española, capaz de exportar cada vez más sus productos;
promueven el talento y crean cientos de nuevos puesto de trabajo.
Pues ¿cómo
explicar un destino tan diferente entre películas y series?
Hay formas
de expresión artísticas, como poesía, literatura, arte figurativo y plástico,
que podemos considerar individuales, ajenas a cualquier vínculo económico,
productivamente artesanales. El artista, por sí solo, sin gran inversión
económica, produce su propia obra.
Hay otras
formas de expresión artística, curiosamente toda forma que implica la presencia
de público, como teatro, ballet, opera lírica, conciertos musicales, y por
supuesto las películas cinematográficas, que necesitan un esfuerzo productivo,
a veces imponente, de carácter colectivo y requieren ingentes recursos
económicos para su realización.
Las
películas cinematográficas podrán tal vez ser arte, pero siempre son industria,
y además industria de gran intensidad de capital.
En estos 15
años gobernantes deseosos de no provocar la enemistad del
mundo del cine han pensado que garantizar la financiación, a cargo de las
televisiones, de la producción cinematográfica española, que ha alcanzado en
más de un año las 150 películas, era la mejor manera de asegurar solidas perspectivas a esta industria.
Pero el
sector cinematográfico no ha sido capaz de producir “productos” capaces de
regenerar y remunerar el capital invertido. De tal forma que la “obligación a
financiar anticipadamente” se ha convertido establemente en una “obligación a subvencionar a fondo perdido” un
sector privado (el cine español) por parte de otro sector privado (las televisiones). Esta
circunstancia ha sugerido al Tribunal Supremo de pedir al Tribunal
Constitucional si tal obligación sea o no conforme a la
Constitución.
Es evidente
que la crisis del cine español no la
resuelven “financiadores” que siempre paguen la cuenta. Por mucho que a alguien le duela
reconocerlo, hacen falta “empresarios” que arriesguen su inversión, exigiendo
la realización de un producto capaz de devolvérsela con ganancias.
Exactamente
lo que hacen las empresas de televisión con las series, y también con las películas
en las que participan y que este año han sumado el 75% de la taquilla del cine
español.
Las
películas son hoy en día solo una parte del más amplio mundo digital de los
contenidos audiovisuales, que comprende también series, mini-series, tv-movies,
videogames, aplicaciones, publicidad y cada día mucho más. Todos productos de
la misma industria, del mismo talento, de los mismos profesionales.
Los
contenidos audiovisuales están en el centro del entretenimiento y de la
información digital, y sus locomotora son las televisiones, las productoras más
importantes de estos contenidos, por horas producidas, por número de clientes y
por entidad de inversión.
La
televisión no es el enemigo del cine español, al revés es su principal
oportunidad de despegue.
La pista ya
está hecha; intentamos construir todos juntos otro avión: uno que vuele.